Es un conversador nato. Sentado cómodamente en la terraza de su casa en la finca El Tallonal, comparte sus preocupaciones, entre las que el ambiente ocupa lugar primordial. El verdor del bosque arecibeño, donde el inclemente calor citadino y sus estridentes ruidos no se atreven a llegar, es su escenario perfecto. “Ciudadanos del Karso surge como respuesta a lo que veíamos, la destrucción, la falta de planificación del karso”, dice a modo de presentación Abel Vale, director de esta organización. Inmediatamente explica que casi una tercera parte de la Isla es karso, formación topográfica producida por un proceso en el que el agua disuelve un lecho rocoso mediante reacciones químicas.
“El karso es agua y el agua es vida”, asegura cuando se le pregunta por qué hay que proteger esta estructura geológica. El espeólogo argumenta que en la Isla se vive de espaldas al planeta y que los líderes políticos no buscan el bien común.
Su amor por la tierra proviene de sus años de niño en Moca, donde no había muchas comodidades, pero sí un enorme campo para explorar y libros para hacer volar su imaginación. “Yo venía de Nueva York y llegué al campo, donde no había nada. Pero no me hizo falta. Fue fascinante correr por el bosque”.
En su lucha por cambiar la cosas, comenzó a adquirir terrenos en Arecibo para crear El Tallonal, un pequeño edén ubicado en el barrio Dominguito, del que dice que es su custodio. No le gusta la palabra “dueño”, porque para él tiene una connotación negativa.
En esas casi 400 cuerdas que fue comprando para la conservación, grupos de estudiantes llegan a realizar observaciones ambientales y oficinas como el U.S. Fish and Wildlife Service y el Natural Resources Conservation Service, entre otras entidades, mantienen estudios allí.
Pero de todas las cosas que se efectúan en su suelo, lo que más le llena de plenitud es el proyecto para reintroducir a la Isla el sapo concho del norte, el único nativo de Puerto Rico que se encuentra en peligro de extinción.
Sobre este evento recuerda en especial que el 4 de mayo a las 8:00 p.m., escuchó por primera vez el croar de un sapo concho. “Hubo unas lluvias intensas. Recuerdo que había muchos insectos, luciérnagas y de momento se escuchó el canto de los sapos. Fue mágico”, sostiene con una expresión como si lo estuviera viendo.
Su sentido de solidaridad con todo lo que está vivo, también lo llevó a adoptar a sus tres hermanas al fallecer su madre, Ana María. Con un poco de tristeza cuenta que su padre, con quien no tienen relación, era un hombre maltratante. “Si hubiera existido la Ley 54, a él se la hubieran aplicado”. De hecho, tiene entendido que su caso fue el primero en Puerto Rico donde un hijo le quita las hijas a un padre, aunque este dato no lo llena de orgullo.
Explica que cuando se casó con su esposa Evelyn le dijo que si su mamá moría, él se haría cargo de ellas. Este fue un periodo difícil, pues de ser una familia de sólo tres personas, se convirtieron en un familión de seis, que posteriormente, con el nacimiento de su segunda hija, aumentó a siete. “Mi hermana más pequeña le lleva tres meses a mi hija mayor”.
Las dificultades económicas lo llevaron a abandonar sus estudios doctorales en economía política y ponerse a trabajar en lo que apareciera. “Fui hasta gerente de una tienda de donas”, recuerda. En ese momento, afortunadamente contó con el apoyo de la familia de su esposa.
En esa época, empezaron a acampar en familia. De ahí comenzó a perfilarse un interés por la exploración de cuevas.
Como explorador de cuevas también ha tenido experiencias espectaculares, como la que vivió en la cueva Lechuguilla en Nuevo México. “Allí sólo se puede entrar a estudiar, hay una cuota limitada de visitantes. Tuvimos que quedarnos tres días bajo tierra. La salida era difícil, había que arrastrarse. Pero al salir, nos encontramos con la luna llena y una brisa agradable. Fue hermoso”, rememora.
A Vale también le preocupa el calentamiento global y las desastrosas consecuencias que esto traerá a la Isla, si no se cambian los paradigmas actuales. Pone como ejemplo que aquí no se produce casi nada de lo que consumimos. “Aquí va a llegar un momento en que no va a haber comida. En otros países el terreno agrícola es importante, aquí no”, apostilla. “El ser humano como especie tiene que vivir en balance con la Naturaleza”, sentencia.
Vale, comerciante de profesión, revela que lo que le hace querer conservar sus terrenos es el deseo de vivir en comunión con la Naturaleza. “Los seres humanos tenemos que entender que lo importante es ser, no tener. Esto (dice señalando a su alrededor) no se da en el vacío. Tenemos que tener una relación con la Naturaleza”, afirma. “La tierra no es nuestra, hay que tener responsabilidad con las futuras generaciones. Si yo desperdicio recursos, a alguien le van a hacer falta”, concluye.